La forma de hablar, el mate y el asado igualan a argentinos y uruguayos; sin embargo, las diferencias aparecen en las actitudes de ambos pueblos y sobre todo en el sistema político

PUNTA DEL ESTE

Provincia Cisplatina o estado tapón. Muchas son las historias reales o exageradas sobre el origen del Uruguay. No son pocos los argentinos que creen que la Banda Oriental se independizó de nuestro país para volverse un estado soberano, cuando en realidad eso sucedió antes de que la Argentina existiera como tal y a estas tierras (y otras más) se las conociera bajo la denominación común de Provincias Unidas del Río de la Plata. Desde una mirada estrictamente charrúa, con el mismo razonamiento, se podría decir lo inverso: que fue la Argentina la que se desprendió del Uruguay y no al revés. Tierras de exilios mutuos a lo largo de la historia, cuando las papas queman, cualquiera de las dos márgenes del Plata alternativamente han recibido con enorme generosidad a los perseguidos.

¿Hay nacionalidad rioplatense? China Zorrilla podría ser un exponente. ¿Gardel?: los uruguayos porfían en que nació en Tacuarembó; los argentinos decimos que es francés.

Se lo cuente de una forma o de otra, lo que es irrefutable es que no hay otros dos pueblos en este planeta que se parezcan tanto como el uruguayo y el argentino. La forma de hablar el castellano, el gusto por el mate y el asado, la intensa actividad agropecuaria y la pasión por el tango y el fútbol son materias que nos asemejan.

“Los argentinos son exactamente iguales a nosotros –apunta la RR.PP. y consultora uruguaya María Fernández–, aunque son más ‘jugados’, se arriesgan más a los cambios. Otro punto es la diferencia en el manejo del dinero en pos de disfrutar más de los placeres de la vida. Recién en los últimos años los uruguayos hemos ido copiándoles ese estilo. En esencia somos iguales.”

«El porteño típico, con vanidades, suele poner los pelos de punta al uruguayo medio»

¿Es tan así? Durante décadas a Uruguay se la denominaba “la Suiza de América” por la solidez de su sistema financiero, preferido por no pocos argentinos para resguardar los ahorros lejos de los cíclicos vaivenes económicos de nuestro país.

¿Podría en la Argentina un hijo de Jorge Rafael Videla ser candidato a la presidencia? La portación de apellido le jugaría muy en contra. No así en Uruguay, donde Pedro Bordaberry (hijo del presidente que en 1973 cerró el Congreso y les cedió el poder a los militares) fue destacado funcionario de la democracia y compitió por el premio mayor.

¿Podría en la Argentina un Firmenich, un Vaca Narvaja, un Perdía llegar a la Casa Rosada? No parece posible. En Uruguay, un exguerrillero tupamaro, Pepe Mujica, alcanzó lo más alto del poder. Nuestros vecinos resarcieron como nosotros a exiliados de su dictadura, pero también estudian compensar a las víctimas del terrorismo, mientras que aquí de siempre resultó un tema tabú. En este mismo verano, la TV uruguaya ofreció a los televidentes un documental donde se alternaban voces de jefes militares y de la guerrilla tupamara sin el más mínimo acaloramiento.

Son muchas las diferencias que nos distinguen, desde las más sutiles (mismas cosas que mencionamos con distintos nombres) hasta otras más profundas en las idiosincrasias y, particularmente, en los modos de hacer política de un lado y del otro del río más ancho del mundo.

“Las sociedades rioplatenses –detalla el dos veces presidente uruguayo y uno de los hombres de mayor consulta del gobierno actual del país vecino, Julio María Sanguinetti–, no pueden ser distinguidas por un ajeno, dados sus hábitos, costumbres y cultura. Sin embargo, la sociedad argentina tiene muchísimo más brío y capacidad de iniciativa que la nuestra, más prudente y atenida al Estado. A la inversa, en Uruguay hay un mayor respeto a la institucionalidad, a la legalidad, al cuidado de las formas”.

«En Uruguay, el conflicto político tiene un límite que todos saben que no se puede sobrepasar»

Completa el exdiputado de Juntos por el Cambio, Eduardo Amadeo: “Hay una serie de acuerdos básicos en el sistema político uruguayo que tienen implicancias en todo el funcionamiento institucional; pero también en el económico, y se han mantenido por décadas. El conflicto político tiene un límite que todos saben que no se puede sobrepasar. Todos respetan la representación del otro”. Y agrega: “Uno de los temas centrales es el Poder Judicial, que es intocable. No hay un solo episodio de agresión abierta a ese poder en la historia moderna del Uruguay”.

En la Argentina, en cambio, la historia está tapizada de ataques entre el poder político y los jueces, como sucede en estos días.

El porteño típico, con sus estridencias y vanidades, suele poner los pelos de punta al uruguayo medio, más austero, más dado a vivir cada día sin tantas urgencias y ansiedades. Pero ese uruguayo sabe que la ola de turistas argentinos –récord, al menos hasta la primera quincena de este mes– es una necesidad inevitable (particularmente en Punta del Este, donde en verano los argentinos juegan de locales) ya que dejan unos cuantos millones de dólares en las arcas públicas y del turismo privado. Con todo, Uruguay recauda seis veces más dólares con sus exportaciones a China que a la Argentina.

A priori, y sin el respaldo de ninguna medición científica, la sensación es que los argentinos queremos más a los uruguayos que ellos a nosotros. Que, en el mejor de los casos, toleran, les divierten o asombran nuestras extravagancias, aunque también sufren las consecuencias cuando la economía se va al diablo, como en 2001, y Uruguay también sintió el remezón y la pasó mal.

Una explicación de ese sentimiento no tan correspondido podría deberse a la disparidad de tamaños (incomodidad que Uruguay también tiene, desde luego, respecto a Brasil). Y porque los dos gigantes entre los que se encuentra le complican la vida, por ejemplo, al fijar reglas del juego en el Mercosur que Uruguay entiende, y lo hace saber cada vez que puede, que no lo favorecen.

Lo cierto es que el reciente exabrupto del ministro de Economía, Sergio Massa, al calificar a Uruguay de “hermano menor” y que, como tal, hay que “cuidarlo”, exacerbó todas esas molestias de las que se habla en voz baja y suelen pasar por debajo del radar.

“Esto parece Disneylandia”, respondió con ironía algo críptica el presidente Luis Lacalle Pou que, justamente, participaba en Buenos Aires de la cumbre de la Celac. Allí también se desmarcó del papel pasivo (para no decir cómplice) de su par argentino, al reclamar que no se tuviera “una visión hemipléjica” por el “club de amigos ideológicos”, en alusión a los regímenes autoritarios de Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Consultado por LA NACION, Sanguinetti quiso mantenerse prudente: “Ya está todo dicho… prefiero no sumarme a la caravana”. Y lo mismo consideró el embajador uruguayo en la Argentina, Carlos Enciso. Se impone, una vez más, la sobriedad uruguaya, que contrasta con la intensidad histriónica que los argentinos solemos imprimirle a la mayoría de los temas, uniendo una polémica con otra hasta el hartazgo.

Sin embargo, el titular del Partido Nacional, Pablo Iturralde Viñas, no tuvo inconveniente en expedirse sobre los dichos de Massa, : “Que mire cómo nos respeta la sociedad internacional. Lo económico, lo político, índice de democracia, independencia de la Justicia. Ojalá la Argentina tomara ese rumbo”.

En efecto, el Instituto MESIAS, de España, que mide la calidad democrática en 148 países, volvió a elegir a Uruguay, por segundo año consecutivo, como el mejor gobierno latinoamericano. A nivel global, lo ubica en el puesto 18.

El senador blanco Sebastián Da Silva fue muy filoso con Massa: “No creo que ningún uruguayo quiera ser cuidado por un ministro de Economía que tiene un dólar cotizando a 350 pesos” (número que quedó desactualizado porque la divisa norteamericana sigue trepando). Es otra de las grandes diferencias entre ambos países: en tanto que en la Argentina no cesa de escalar, en Uruguay suele mantenerse estable y desde 2021 con tendencia declinante.

“Las declaraciones de Massa pueden ser interpretadas como una gaffe, una canchereada o un ninguneo –argumenta el exitoso escritor y periodista uruguayo Diego Fischer–, sonaron como un dislate y me hicieron acordar a las que en abril de 2020 y en medio de la pandemia del Covid formuló el presidente Alberto Fernández: voy a interceder para que Uruguay y Bolivia accedan rápidamente a las vacunas. Ya se sabe cómo le fue a Argentina (vacunatorios vip incluidos) y cómo resolvió Uruguay la vacunación para toda su población y cómo manejó la pandemia”.

(…)

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